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por Clair Jaureguy

 

En una de las exposiciones más interesantes del 2018, Proyecto Amil presenta la obra reciente del artista peruano radicado en Inglaterra. Descripciones minuciosas e intensas de representaciones vegetales y minerales en contraste con las humanas a través de pinceladas densas que nos acercan a lo desapercibido.

 

Entre risas empezó la conversación que tuve con el artista Esteban Igartua (Lima,1974). Le explicaba el enfoque que tendría la nota: Se trata de crear un espacio de mediación cultural que nos acerque a entender mejor la producción artística contemporánea porque mucha gente no se siente cómoda frente al arte contemporáneo. Perfecto, me responde, yo me siento muchas veces igual que ellos. 

 

SIEMPRE UN EXTRAÑO

 

Cuando era alumno de la Facultad de Artes de la PUCP, Esteban sobresalía por su destreza técnica y los temas o situaciones que combinaban dosis intensas de calma y tensión en sus obras. Hace más de veinte años, y sin celulares en mano de por medio, recuerdo haber visto un autorretrato donde él estaba sentado en el borde de una cama en una habitación vacía dominada por el color blanco. Aunque no guardo muchos más detalles de la pintura y él no recuerda dónde podría estar, la escena era tan inquietante como S/T de 1997, otra de las pinturas de esa primera etapa del artista. Otro autorretrato en el que él herido es arrastrado sobre el piso donde quedan grotescas manchas de sangre mientras otro hombre corre a su lado dirigiéndose a un espacio aparentemente más iluminado. Al terminar la universidad, en 1997, su obra fue reconocida como la mejor por el jurado. Se fue de Lima a Bristol con obra figurativa interesante y prometedora y ha regresado a su ciudad natal para exponer generando mucha expectativa, entre ellas, en el 2012 en la galería Revólver y en el 2015 en Garúa. Coliflor, la exposición que exhibe en Proyecto Amil, reúne 29 obras realizadas en los últimos años, (1 del 2008, 3 del 2009, 3 del 2015, 6 del 2016, 4 del 2017 y 11 del 2018) entre pinturas y dibujos de pequeño y mediano formato, que toman las dos salas principales con una propuesta curatorial acertada bajo la supervisión de Joel Yoss, director de la galería. La disposición de las piezas sugiere una narrativa y relacionamiento entre las piezas que funciona. Acierta porque integra sutilmente un antiguo interés del artista por los cómics y las posibilidades de combinar escenas, formatos de viñetas incluso, con esa propuesta museográfica logra ser tan irónico y reta a las piezas en un diálogo que en realidad es en vano y no por eso de menos valor. La exposición ha creado un ecosistema en el que parecen convivir en armonía lo que de manera recurrente se ha llamado paisajes y retratos y se establecen posibilidades de diálogo entre ellos.

 

SISTEMA ORGÁNICO

 

En algunas de las piezas se presentan retratos de personajes rudos, toscos, más familiares que ajenos, más humanizados que los personajes de obras anteriores de Igartua. Los más recientes aparecen en primer plano siendo identificados con algún objetivo que desconocemos. Hay algo en ellos que sugiere violencia, profundas cicatrices comunican dolor aunque las miradas no sean agresivas. Cada uno de ellos te reta como el extraño que hace contacto visual en el espacio público. Junto a ellos, con cierta distancia, aparecen los paisajes o el detalle amplificado donde predominan formaciones rocosas deshabitadas y vegetación voluptuosa floreciente de terminaciones que se extienden tomando el espacio. “Una cosa que hice durante años y años cuando trabajaba en una tienda en Bristol fue dibujar durante las noches en mi casa, en una esquina. No tenía ni el espacio ni las fuerzas la fuerza para hacer trabajo físico y, así, mi trabajo se volvió cada vez más minucioso y lento lógicamente. Y en esa época hice un montón de dibujos muy detallados incluso creaba collages entre ellos y también dibujos o pinturas muy chiquitas”. A Esteban le gusta pintar y le gusta ver pinturas. Es así de sencillo o al menos así lo presenta él. Cuando él lo dice y ves los resultados, parece un proceso inverso; es decir, que ese algo que le gusta lo encuentra a él para lograr trascender. Un montículo de piedritas mojadas de una construcción, un pedazo hediondo de queso o una exhuberante y sensual coliflor. Y lo cierto es que esa simpleza del gusto por el medio nos ofrece a los espectadores aire para sumergirnos en obras pictóricas donde predomina lo orgánico con colores suaves y trazos muy densos. Algunos especialistas han dicho que la obra de Igartua plantea escenas de tiempos prehistóricos anacrónicos o escenas futuras después de la hecatombe pero no hay nada de eso en la propuesta, nos dice Esteban. “No me interesaría crear una narrativa específica. No para nada. Nada que ver”. Aunque no le importa que quien las mire cree historias a partir de sus imágenes. Así como no existe una narrativa preestablecida tampoco dice que hay política, aunque obviamente le interesa lo que nos suceda y cómo podría ser distinto siendo el hijo del indispensable periodista Paco Igartua, fundador de las revistas Oiga y Caretas. “Hay cosas fuera de mi que me interesan un montón pero supongo que se filtran, pero mi interés por trabajar es físico. Así empiezo. Es casi como una cosa medio morbosa que me gusta. Simplemente me gusta y lo quiero pintar”, aclara

 

LOS OTROS

 

Su trabajo y sus procesos parecen realizarse en espacios de aislamiento desde una verdadera fascinación por cosas que pasan completamente desapercibidas para el resto de mortales. Algo parecido le pasaba a su padre. Ahí están esos rostros y no habrá nada en la exposición que te diga algo más sobre ellos “Cabeza hueca”, “Cabeza dura”, “Retrato 1, 2, 3 o 4”. Son rostros, que como aquellas piedritas mojadas que atraparon su atención por completo o historias que escuchó mientras trabajaba, como la del hombre afroamericano que en Estados Unidos recibió disparos de los guardias del Hospital psiquiátrico donde estaba siendo ingresado cuando sufría un ataque nervioso. “Parece que eso es común y si eres negro es aún peor. Los guardias tienen armas y políticas de tolerancia cero, me dice, ¿sabes que eso existe?, me pregunta.

 

Su trabajo es un proceso continuo, sin una narrativa previamente diseñada a sus largos procesos y en donde los elementos y personajes, que tienen algo del artista, van sumándose, bajo distintas formas, como si se tratase de un proceso orgánico de creación. Dentro de la libertad de su proceso creativo que se inicia por una atracción hacia materiales naturales se presentan las partes y, a su vez, aquello se convierte en presencias que pueden ser “serias y dramáticas y al mismo tiempo graciosas y ridículas", como él nos dice, en una dimensión ambigua "capaz de generarnos pánico”, interpreta Esteban. 

 

Un dramatismo presente en obras de artistas que admira, entre ellos, Dana Schutz (Michigan, 1976) o Philip Guston (Montreal, 1913-Nueva York, 1980) quienes traslapan los límites del arte figurativo. Y como no también a Robert Crumb (Pensilvania, 1943), el maestro norteamericano de los comics. Coliflor nos habla de una perfecta armonía entre aquello que es hermoso y atractivo y lo repulsivo y ofensivo aunque esto último es lo que ha sido mejor ocultado en un contexto de complejidad mayor, no es explícito. Esteban dedica horas de horas, días de días a dibujar y pintar pétalos y ramas, sin que su interés se sitúe en los bodegones o en representar naturalezas muertas y, aunque mucho más que antes admira la pintura flamenca, sabemos ahora que no se trata de las flores, “tengo amigos jardineros y no es nuestro tema de conversación”.

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por Clair Jaureguy

 

En una de las exposiciones más interesantes del 2018, Proyecto Amil presenta la obra reciente del artista peruano radicado en Inglaterra. Descripciones minuciosas e intensas de representaciones vegetales y minerales en contraste con las humanas a través de pinceladas densas que nos acercan a lo desapercibido.

 

Entre risas empezó la conversación que tuve con el artista Esteban Igartua (Lima,1974). Le explicaba el enfoque que tendría la nota: Se trata de crear un espacio de mediación cultural que nos acerque a entender mejor la producción artística contemporánea porque mucha gente no se siente cómoda frente al arte contemporáneo. Perfecto, me responde, yo me siento muchas veces igual que ellos. 

 

SIEMPRE UN EXTRAÑO

 

Cuando era alumno de la Facultad de Artes de la PUCP, Esteban sobresalía por su destreza técnica y los temas o situaciones que combinaban dosis intensas de calma y tensión en sus obras. Hace más de veinte años, y sin celulares en mano de por medio, recuerdo haber visto un autorretrato donde él estaba sentado en el borde de una cama en una habitación vacía dominada por el color blanco. Aunque no guardo muchos más detalles de la pintura y él no recuerda dónde podría estar, la escena era tan inquietante como S/T de 1997, otra de las pinturas de esa primera etapa del artista. Otro autorretrato en el que él herido es arrastrado sobre el piso donde quedan grotescas manchas de sangre mientras otro hombre corre a su lado dirigiéndose a un espacio aparentemente más iluminado. Al terminar la universidad, en 1997, su obra fue reconocida como la mejor por el jurado. Se fue de Lima a Bristol con obra figurativa interesante y prometedora y ha regresado a su ciudad natal para exponer generando mucha expectativa, entre ellas, en el 2012 en la galería Revólver y en el 2015 en Garúa. Coliflor, la exposición que exhibe en Proyecto Amil, reúne 29 obras realizadas en los últimos años, (1 del 2008, 3 del 2009, 3 del 2015, 6 del 2016, 4 del 2017 y 11 del 2018) entre pinturas y dibujos de pequeño y mediano formato, que toman las dos salas principales con una propuesta curatorial acertada bajo la supervisión de Joel Yoss, director de la galería. La disposición de las piezas sugiere una narrativa y relacionamiento entre las piezas que funciona. Acierta porque integra sutilmente un antiguo interés del artista por los cómics y las posibilidades de combinar escenas, formatos de viñetas incluso, con esa propuesta museográfica logra ser tan irónico y reta a las piezas en un diálogo que en realidad es en vano y no por eso de menos valor. La exposición ha creado un ecosistema en el que parecen convivir en armonía lo que de manera recurrente se ha llamado paisajes y retratos y se establecen posibilidades de diálogo entre ellos.

 

SISTEMA ORGÁNICO

 

En algunas de las piezas se presentan retratos de personajes rudos, toscos, más familiares que ajenos, más humanizados que los personajes de obras anteriores de Igartua. Los más recientes aparecen en primer plano siendo identificados con algún objetivo que desconocemos. Hay algo en ellos que sugiere violencia, profundas cicatrices comunican dolor aunque las miradas no sean agresivas. Cada uno de ellos te reta como el extraño que hace contacto visual en el espacio público. Junto a ellos, con cierta distancia, aparecen los paisajes o el detalle amplificado donde predominan formaciones rocosas deshabitadas y vegetación voluptuosa floreciente de terminaciones que se extienden tomando el espacio. “Una cosa que hice durante años y años cuando trabajaba en una tienda en Bristol fue dibujar durante las noches en mi casa, en una esquina. No tenía ni el espacio ni las fuerzas la fuerza para hacer trabajo físico y, así, mi trabajo se volvió cada vez más minucioso y lento lógicamente. Y en esa época hice un montón de dibujos muy detallados incluso creaba collages entre ellos y también dibujos o pinturas muy chiquitas”. A Esteban le gusta pintar y le gusta ver pinturas. Es así de sencillo o al menos así lo presenta él. Cuando él lo dice y ves los resultados, parece un proceso inverso; es decir, que ese algo que le gusta lo encuentra a él para lograr trascender. Un montículo de piedritas mojadas de una construcción, un pedazo hediondo de queso o una exhuberante y sensual coliflor. Y lo cierto es que esa simpleza del gusto por el medio nos ofrece a los espectadores aire para sumergirnos en obras pictóricas donde predomina lo orgánico con colores suaves y trazos muy densos. Algunos especialistas han dicho que la obra de Igartua plantea escenas de tiempos prehistóricos anacrónicos o escenas futuras después de la hecatombe pero no hay nada de eso en la propuesta, nos dice Esteban. “No me interesaría crear una narrativa específica. No para nada. Nada que ver”. Aunque no le importa que quien las mire cree historias a partir de sus imágenes. Así como no existe una narrativa preestablecida tampoco dice que hay política, aunque obviamente le interesa lo que nos suceda y cómo podría ser distinto siendo el hijo del indispensable periodista Paco Igartua, fundador de las revistas Oiga y Caretas. “Hay cosas fuera de mi que me interesan un montón pero supongo que se filtran, pero mi interés por trabajar es físico. Así empiezo. Es casi como una cosa medio morbosa que me gusta. Simplemente me gusta y lo quiero pintar”, aclara

 

LOS OTROS

 

Su trabajo y sus procesos parecen realizarse en espacios de aislamiento desde una verdadera fascinación por cosas que pasan completamente desapercibidas para el resto de mortales. Algo parecido le pasaba a su padre. Ahí están esos rostros y no habrá nada en la exposición que te diga algo más sobre ellos “Cabeza hueca”, “Cabeza dura”, “Retrato 1, 2, 3 o 4”. Son rostros, que como aquellas piedritas mojadas que atraparon su atención por completo o historias que escuchó mientras trabajaba, como la del hombre afroamericano que en Estados Unidos recibió disparos de los guardias del Hospital psiquiátrico donde estaba siendo ingresado cuando sufría un ataque nervioso. “Parece que eso es común y si eres negro es aún peor. Los guardias tienen armas y políticas de tolerancia cero, me dice, ¿sabes que eso existe?, me pregunta.

 

Su trabajo es un proceso continuo, sin una narrativa previamente diseñada a sus largos procesos y en donde los elementos y personajes, que tienen algo del artista, van sumándose, bajo distintas formas, como si se tratase de un proceso orgánico de creación. Dentro de la libertad de su proceso creativo que se inicia por una atracción hacia materiales naturales se presentan las partes y, a su vez, aquello se convierte en presencias que pueden ser “serias y dramáticas y al mismo tiempo graciosas y ridículas", como él nos dice, en una dimensión ambigua "capaz de generarnos pánico”, interpreta Esteban. 

 

Un dramatismo presente en obras de artistas que admira, entre ellos, Dana Schutz (Michigan, 1976) o Philip Guston (Montreal, 1913-Nueva York, 1980) quienes traslapan los límites del arte figurativo. Y como no también a Robert Crumb (Pensilvania, 1943), el maestro norteamericano de los comics. Coliflor nos habla de una perfecta armonía entre aquello que es hermoso y atractivo y lo repulsivo y ofensivo aunque esto último es lo que ha sido mejor ocultado en un contexto de complejidad mayor, no es explícito. Esteban dedica horas de horas, días de días a dibujar y pintar pétalos y ramas, sin que su interés se sitúe en los bodegones o en representar naturalezas muertas y, aunque mucho más que antes admira la pintura flamenca, sabemos ahora que no se trata de las flores, “tengo amigos jardineros y no es nuestro tema de conversación”.

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La Mula
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